martes, 31 de mayo de 2011

LLUVIA




LLUVIA

“No estás cabreada, estás frustrada” me contesta V. He de reconocer que estaba empezando a preocuparme. Uno no se salta tres etapas del duelo en cuestión de horas. Ni siquiera yo que tengo una capacidad innata para el olvido. No es sano, hay que ir pasito a pasito. Del impacto a la negación, y de la depresión a la rabia, que es la recompensa para los que no han terminado criando bonitas malvas. Y por último ese maravilloso estado que se llama resignación (mierda de palabra dónde las haya).

Así que tendrá razón V. no puedo estar cabreada. “Tú lo que necesitas es un “desatascador emocional”. Y si es brasileño, de dos metros y te pone mirando a Cuenca, pues mejor que mejor.”

“Nuestros pepinos son de confianza”. Reza la portada de El Mundo.

“¿Estás comiendo o piensas morir de inanición? Pregunta F., estás más delgada”

¿Desde cuándo, desde esta mañana? Protesto al paternalismo exacerbado.


Ya conozco Cuenca y los brasileños de dos metros no se encuentran entre mis obsesiones.

Prefiero una máquina del tiempo. Y un poco de lluvia.

Soy la eterna insatisfecha, pero eso ya lo sabíamos.

FAROS


Veo un trailer de una película y todavía me giro para comentarle que me gustaría verla. Eso me recuerda al miembro fantasma de los mutilados. Soy una mutilada sin El.
No creo que tenga nada que ver con rasgos psicóticos, es la continuidad. Mi cuerpo termina dónde termina el de El.

Tengo la imperiosa necesidad de escribirlo todo. Este proceso necesita ser descrito. De una forma terapéutica.
Siempre me ha pasado, El lo sabe. Escribir me sitúa al margen. Fuera, en la piel de otro. Y cuando releo lo escrito desarrollo un exceso de empatía con el personaje. Por eso necesito convertirlo en ficción. Si no lo hiciera la realidad me aplastaría y no me lo puedo permitir.

Así que creo un personaje y luego me voy a dormir acongojada por “sus” miserias.
Esperando, (esperanza, maldita palabra, lo he dicho sin quererlo), que el siguiente capítulo; ese que siempre está por escribir traiga alguna buena noticia.
Una luz al final del túnel (aunque sea el de Sábato).

Veo las noticias esperando encontrarle. Estaría en cualquier revolución con El, lo sabe. Si alarga la mano allí estaré yo para apretársela.

Pero ahora busco mi luz y no la encuentro. ¿Dónde está mi faro? ¿Se quedó en algún acantilado pintado con colores pastel en el 94?

Sin embargo, en este otro lado del espejo, hoy hay una luz perfecta, la tormenta supongo.
Miro por la ventana de casa y lamento que no esté aquí para compartirla. Por que compartíamos una sensibilidad extraña por esas cosas. Extrema. Incomprensible, tal vez, para el resto del mundo.


Mi horóscopo, trae buenos presagios para la luna llena del día 1: Todo lo malo desaparecerá.

Y yo sólo espero que aparezca El.

SILENCIOS


Hay pocas palabras que me sugieran sentimientos tan encontrados. Incluso sus silencios.
El es un especialista en silencios, casi tan difíciles de comprender como sus diatribas sobre guerras varias.

Sus silencios siempre son un enigma para mí, y sin embargo me encantaban. Verle trabajar en silencio a mi lado. Tan cerca y tan lejos. Observarle regresar de sus mundos imaginarios alargando su mano hacia mí sin levantar la vista de sus cuadernos. Cuando sabía que aunque no estuviera, su espíritu no me abandonaba. La presión, leve, de su mano en mi muslo en un movimiento casi mecánico. Eso me lleva a pensar en la ternura. Adoraba, esos, sus silencios.

Ahora el silencio es distinto. Por que se ha ido. Ya nadie alarga la mano para en un gesto de alienada comunión recorrer mi espalda. Ya nadie dibuja en el salón o subraya libros. Nadie.

Complicidad, es otra de esas palabras que siempre definirán nuestra relación. Por eso cuando yo preguntaba ¿Qué pasa? Sabía que en realidad algo pasaba. Quizás conocernos tanto fue un escollo. No poder ocultar nada se convierte en un verdadero problema cuando tienes algo que ocultar. Entonces recurría al silencio. Al doloroso silencio. Al que no trae caricias si no impotencia, dudas, inseguridades que le alejan de mi. ¿Qué me ocultas? ¿Qué hay que no puedas contarme? – Quería gritarle pero me quedaba muda.

Sus silencios son tan reveladores como sus parrafadas. Pero duelen mucho más. Y levantan muros imposibles de franquear. Sus silencios tan amados como odiados.

Ahora no está y el silencio se me antoja insoportable. Es por eso que me como los maratones de Sexo en Nueva York, pongo la música, que se ha dejado, a todo volumen e intento llenar mi existencia de ruidos vacuos.

lunes, 30 de mayo de 2011

AKA AKA



El teléfono suena insistentemente. Es J. No contesto. Siempre reaparece en los peores momentos. Un buitre en busca de carnaza. La peste debe ser insoportable para que a 1000 kilómetros consiga olerla.
Podría liarme la manta a la cabeza coger el puto teléfono y enredarme en una historia que no me duela nada y sin más expectativas que las que teníamos antes (fines de semana en Madrid, Barcelona o Galicia). Sería lo más sano. Quizás así consiguiera olvidarme de El, durante un rato.
J. también desapareció un mal día.
Ahora me llama insistentemente.
Ahora que la puja se ha cerrado.

Huellas, y migas en el mantel

“And you know what a fool I am
With my short attention span
Flying in the rainy season too,
Nothing can keep me away from you.”

Escucho una y otra vez esta canción de Billy Bragg, una de las pocas huellas físicas que El ha olvidado en mi coche. Una de las pruebas de que hubo un momento en el que estuvo aquí. A veces creo habérmelo imaginado pero de pronto, dónde menos me lo espero aparece algo que me demuestra que si. El estaba aquí. Pero ya no está y yo me aferro a las cosas que se ha dejado intentando disimular que no se ha ido del todo.

Duermo con su camiseta, y así de noche, aunque alargue la mano y sólo encuentre vacío, su olor me acompaña y engaña a mi subconsciente. De noche está conmigo. ¿Estaré desarrollando rasgos mitómanos? Me pregunto cuando miro el cenicero que conserva sus últimos cigarros a medio fumar formando una pirámide. Su ADN por todas partes, podría clonarlo.

Inventario de cosas que se ha dejado:

- Zapatillas de deporte. Rotas y raídas.
- Zapatos para funerales.
- Maleta con dos camisetas y un vaquero roto.
- Algún disco en el coche.
- Dos libros que a pesar de ser suyos llevan conmigo 18 años.
- Una chaqueta. Con la que estaba guapísimo.
- Un traje para funerales.
- Llaves.
- A mí.

Estoy segura de que no echará de menos ninguna. Quizás los discos.

Hace tres días que se ha ido. Tres días sin saber nada de El. Tres días convirtiéndome en una Bridget Jones con las neuras de una adolescente. Tres sms sin contestación. Un “te llamo cuando llegue y hablamos” que nunca llegó. Las matemáticas nunca han sido mi fuerte pero parece ser que la ecuación está clara.
¿Por qué me sigo aferrando a un mañana que, hoy, no existe?
¿Por qué será que consideraba lógico, a mis 36 años, recibir al menos una explicación? ¿Por qué he creído merecerla?

La de la incapacidad total para la expresión se suponía que era yo.

¿Cuánto durará la fase de la negación?

Perdidos

El sitio de mi Recreo

Ayer mi buen amigo R. me dio un abrazo a traición. Ya se que estoy hecha un asco. Lo reconozco, pero la condescendencia me ofende. No abrazar, No besar, había escrito la noche anterior. Y a R., que es lo más parecido a una ostra que conozco, no se le ocurre otra cosa que darme un abrazo a traición. Un abrazo de esos que te inmovilizan y te retienen el tiempo suficiente para que tus piernas tiemblen y pierdas la noción del espacio. Justo lo que no necesitaba. Derrumbarme.

G. bromea sobre su bidimensionalidad . R. afirma ser uni. Nada le afecta. Le envidio.
R. me pregunta qué haré el fin de semana. Morirme? Le contesto.
Salir a navegar? dice él. Yo pienso que mis ideas de inmolación nunca incluyeron un velero y descarto la idea.
Luego V. me invita a su cumpleaños, un fin de semana en La Coruña. Quizás, le contesto sabiendo que no iré.
Nos emborrachamos? – Pregunta A. Y aunque me resulta el plan más atractivo lo rechazo por estéril. No me apetece acabar echando el moco con alguien que nunca lo entendería. . Sencillamente por que es incomprensible.

Ayer lloré menos, al menos en público, (que es lo que cuenta, como en los regímenes si nadie te ve atacando la nevera no ha ocurrido). Sólo cuando R. me abrazó. Luego conseguí reponerme lo suficiente como para trabajar diez horas sin soltar una lágrima. Vamos mejorando, me felicité. Olvidé el móvil en el trabajo, otro buen síntoma. Volví en cuanto me di cuenta. Mala señal. No hay llamadas, peor.

Llegar a casa ya es otra historia, pero ahí nadie puede verme y puedo llorar a gusto sin preocuparme de alegar alergias primaverales. Llegar a casa y verla vacía es más de lo que puedo soportar. Sus libros, sus discos desaparecidos. Pero su presencia sigue por todas partes. Discos y Libros fantasmas.
Huyo buscando algún lugar en mi casa dónde no esté El.
Y hoy descubrí, no sin sorpresa, que el lugar más confortable de mi piso de 80 metros cuadrados es, sin lugar a dudas, el suelo de falso gresite azul de mi cuarto de baño.
Oh que gran lugar para quedarte!

El suelo del baño con su frío reparador. Pero antes, cuál nipón ceremonial del té, limpié, ordené y retiré la tabla de planchar para poder abandonarme a gusto. No entiendo cómo la gente no se suicida más. Es una idea que me ronda últimamente de forma persistente. Si yo no tuviera cargas emocionales que me atan a la realidad, ni me lo plantearía. Tener los medios, tener el poder y la desesperanza debería ser suficiente (un coctel cuanto menos atractivo). Pero, supongo, me falta la determinación que me dan las cargas. Me falta egoísmo.
Así que me abandono, temporalmente, en el suelo del baño.

Quizás sea el sitio de mi recreo. Lo que me transporta irremediablemente a una canción de Antonio Vega. Y a El.
Quiero que el suelo del baño sea mi reino y sin embargo ya lo estoy etiquetando con un título que me arrastra una vez más a El.
No quiero pensar. Quiero dejar que el frío traspase mis articulaciones hasta dolerme. Así, con un dolor nuevo, consiga olvidar.
Esta tarde, haciendo un gran esfuerzo por aparentar normalidad, me he ido a la playa. Ahora estoy abrasada por el sol y los 35 grados de la primavera inusual de Galicia. “Sólo el culpable encuentra consuelo en el castigo”, escribía El. (buscar cita text.). Y me tiro cual larga soy en mi sitio favorito. El sitio de mi castigo. La diferencia entre mi temperatura corporal y el gélido chán me adormece. Me impide pensar. Odio pensar cuando todos los caminos me llevan siempre al mismo destino. Una estación de tren en la que no me quiero bajar. Cuando ya todo el mundo (ÉL) se ha apeado yo sigo aferrada a mi asiento, negando una realidad que no me gusta nada. Y la masa me empuja. No, no me quiero bajar, grito. Esta no es mi estación, niego. Pero nadie parece escucharme.

Me vuelvo al suelo del baño ¡Qué gran lugar para quedarme!


Hoy mi ancla con la realidad, que tiene nueve años, con la sensatez, que a mí parece haberme abandonado, sentencia:
- Se acabó. Yo ya no me fío de nadie más. No pienso encariñarme de nadie que luego se vaya - Ella que hace tres días decía, con la mano en el pecho cual personaje salido de un cuadro de El Greco,: “Soy la típica solterona”. Y nos reíamos los tres de su ocurrencia. Qué clarividencia!
Nos reíamos los tres. Ahora ya no me río. No se si El lo hace. Desde el suelo del baño no se nada.

Déjame hablarte de mis miedos, me gustaría decirle. Pero se que a El mis miedos le traen sin cuidado.
Háblame de lo que es importante para ti ¿Qué te pasa? – No me pasa nada, no siempre tiene que pasar algo! Contesta El cortando todo intento de negociación.

Podría no levantarme de aquí en años. Estoy física y psicológicamente agotada, mientras el mundo sigue girando. O eso creo por los ruidos que me llegan de las ratas que viven al otro lado del tabique.
Últimamente me fijo más en la gente. Todo el mundo parece feliz. Yo mientras me marco metas a corto plazo: Trabajar, Dormir, Trabajar, Dormir….Para intentar no pensar demasiado.

Apagar el móvil. Obsesiones las justas. Las únicas llamadas que recibiría (ninguna de El) serían para conocer mi estado. Mal. Debería colgar un comunicado de prensa en el tablón de anuncios así nadie volvería a preguntarme o, para evitar errores, ponerme una chapa en la que dijera “dejadme en paz”. No quiero consuelo. No quiero que G., que me quiere mucho, me diga que “todo pasa”. No quiero que pase. Quiero que todo vuelva a ser como era.
Quiero hacerme viejecita a su lado.
Quiero volver al suelo del baño.
Quiero.